jueves, 20 de marzo de 2008

La relación de acoso escolar como proceso

"Al hablar de proceso en la relación de acoso entre iguales queremos resaltar dos aspectos característicos de esta particular forma de violencia. En primer lugar se pretende señalar que la dinámica que se llega a establecer no queda fijada de forma inmediata, sino que existe un conjunto de circunstancias y hechos a través de los cuales los alumnos implicados van perfilando sus papeles como agresores o como víctimas.

En segundo lugar, cuando hablamos de proceso nos referimos al hecho de que este tipo de violencia se practica repetidamente a lo largo del tiempo, y que esa reiteración permite que el sujeto agredido pierda la esperanza de que esa situación pueda llegar a cambiar.

Respecto a la forma en que se desarrolla ese proceso existe un campo aún por investigar. Rigby (1999b), plantea que un alumno puede ser considerado como una víctima potencial si es percibido como más débil y vulnerable por otro niño más fuerte. Una vez que se ha producido esta identificación, el alumno o alumnos agresores planean cómo hacer daño, debilitar y humillar a aquellos elegidos como víctimas y, una vez elegida la forma en que lo harán, proceden a llevarla a cabo utilizando generalmente procedimientos físicos en la escuela primaria o utilizando con más frecuencia la agresión verbal y la exclusión social en la escuela secundaria.

Si se considera el tipo de acciones agresivas (véase Informe del defensor del Pueblo, 2000), se puede detectar un incremento en la gravedad de la agresión y en el daño que puede causar. De tal modo que el acoso puede comenzar con hechos que se considerarían más leves (miradas, etc), después pasarían a decir motes y, posteriormente aparecerían actos que producen el aislamiento de la víctima, la agresión física, etc.

Calvo, Cerezo y Sánchez (2004), plantean que al situación de acoso e intimidación escolar se produce cuando se relacionan dos tipos de sujetos con unas características complementarias y las condiciones ambientales permiten que se establezca tal relación. Desde esa perspectiva se consideran tres componentes que interactúan:
  • El agresor (que quiere dominar).
  • La víctima (que carece de los recursos para evitar ser dominado).
  • Unas condiciones escolares (falta de control, ausencia de conocimiento de la problemática, inhibición, etc.) que permiten que un alumno o grupo actúen agresivamente mientras que el resto de compañeros observa pasivamente.
Iniciada la conducta de acoso bajo esas condiciones se puede esperar que el agresor continúe con sus actos por las recompensas materiales y sociales que obtiene. Además, se debe tener en cuenta la posibilidad de que el agresor continúe con sus ataques debido a la influencia que ejercen los observadores. El papel de éstos es determinante en el proceso de acoso ya que frecuentemente para minimizar la probabilidad de ser victimizados reforzarán al agresor y aislarán al agredido, con lo que el agresor asumirá completamente su papel dominador dentro del grupo y la víctima verá reducida aún más las posibilidades de salir de esa dinámica.

Cuando hablamos del acoso como proceso nos referimos también al carácter reiterado de la agresión a lo largo del tiempo. Este aspecto se ha enfatizado utilizando diferentes expresiones: serie continúa de comportamientos (Askew, 1989); ataque repetido (Besag, 1989); ocurre repetidamente (Smith y Thompson, 1991); opresión reiterada (Farrington 1993); opresión repetida (Rigby, 1996); violencia mantenida (Cerezo 1997); ataque reiterativo (Griffiths, 1997); acciones negativas que se producen de forma repetida en el tiempo (Olweus, 1998).

La reiteración del ataque otorga posiblemente el carácter más específico y dañino de esta relación y da estabilidad a la misma. Para el agresor, la experiencia repetida de situaciones de dominación facilita que asuma como normal y natural su papel de dominio. De modo que, cuando entrevistamos a agresores (sin que exista amenaza de ser castigados por la acción realizada) es frecuente que hagan comentarios en los que ponen de manifiesto su punto de vista sobre la normalidad del acto violento y su desprecio por las víctimas: "Yo tomo lo que hay"; "Si son más tontos y me lo dan, yo no tengo la culpa"; "Yo hago lo que quiero", etc.

Por otra parte, la víctima adopta un papel pasivo de tal modo que no intenta protegerse del daño que se le va a hacer, y llega a aceptar la situación de sumisión y victimización como algo normal e inevitable, hasta tal punto que pierde la esperanza de que esa situación pueda llegar a cambiar. Su dolor no está relacionado exclusivamente con la acción cometida contra él, sino que incluye la angustia por la amenaza de futuros ataques. Al entrevistar a estos alumnos es frecuente que utilices expresiones del tipo siguiente: "Esto es así"; "No se puede hacer nada", etc.

La situación de victimización puede verse especialmente agravada bajo determinadas condiciones familiares o personales del alumno: disciplina familiar excesivamente autoritaria, dificultad de comunicación entre los miembros de la familia, distancia emocional entre padres e hijo, etc. En estos casos, la víctima no sólo sufre a causa del daño que realiza el acosador, sino por el miedo de que su familia llegue a conocer los actos a los que está obligado a realizar (tomar dinero o pertenencias de casa, soportar determinados actos sexuales, etc).

Por último, los observadores pueden llegar a aceptar la intimidación y considerarla como una experiencia normal de la vida escolar y, por lo tanto, algo que no se llega a cuestionar como ilegítimo.

CALVO RODRÍGUEZ, Á. R. y BALLESTER FERNÁNDEZ, F. (2007) ACOSO ESCOLAR: PROCEDIMIENTOS DE INTERVENCIÓN. Sevilla: Editorial EOS. Fundamentos Psicopedagógicos. (Págs. 27 a 30).




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